martes, 29 de abril de 2008

Tenía la noche atravesada, sostenía entre los dedos un cigarro apagado que acabé confundiendo con un bolígrafo y empecé a escribirte.
Te pedía mis más sinceras disculpas por mi comportamiento aquella tarde, por haberme presentado de aquella forma en tu portal, sin ninguna consideración por los planes que hubieras hecho. Ni se me ocurrió echarte en cara el que no quisieras presentarte, ni las horas que pasé llorando en la calle lloviendo. Me disculpé un mínimo de cien veces en esa carta y aún hubo lugar para recordarte todas las que para mí fueron tus virtudes. Debería haberte escrito mucho antes, pero siempre que me rondaba la idea, mi implacable orgullo descartaba esa posibilidad.
Tal vez todo se hubiera arreglado si hubieras leído la carta, pero los cigarros no escriben y yo ni siquiera fumo.

No hay comentarios: